jueves, noviembre 06, 2008

Siento que esta historia no es más que una burda forma de decirte que lo siento, por que te dejo en evidencia con la ayuda de estas letras. Pero creo que es necesario contarlo, por que fui un amante silencioso de tus noches frías y días interminables cuando no te veía pasar frente la acera.
UNA MUJER A QUIEN LLAMÉ MAGDALENA

Confieso que desde que llegó al barrio, y siempre que pasaba frente a mis ojos; esa dama despertaba en mí aquella sensación que alguna vez sentí por mi primera novia. Pero como siempre, nunca intenté decirle un “Hola”. Imagino por que era cobardemente diez años mayor que yo, y eso hacía que me ocultara detrás de ese silencio que muchas veces cuida a uno, de preguntar y de recibir respuestas burlonas y dolorosas.

Y así pasaron dos meses aproximadamente, siendo un firme vigilante de sus pasos. Todos los días me despertaba antes de que cantara el picudo para verla llegar a casa, y luego en mi fantástico mundo personal saborear esos supuestos besos que con tanto frenesí imaginaba y a su vez irritado por la falta de coraje por no saber mas de ella. Todos los días salía a las seis de la tarde con esa carita de musa extrovertida, mirada coqueta y de hombros tan libres que daban ganas de visitarlos con las manos.

Era la mujer soñada por todos nosotros que compartíamos la edad en mi calle, (y por los que no eran de mi edad también) pero que nadie de nosotros visitó mas allá de esas cortinas que separaba la intimidad de su habitación. Realmente, éramos asiduos visitantes de la fanfarronería y silenciosos maestros de muestra mano aguerrida que hacia su trabajo para opacar aquel morbo que nos causaba al observar aquella dama que caminaba de forma casi subliminal y movía esas únicas y cuatro poderosas letras.

Lo cierto, es que esa mujer dejó una huella imborrable en mí, por que ella hizo lo que ni mis padres pudieron hacer, que fue, hacerme levantar temprano y sólo para poder verla llegar todos los días. No sé de donde. Pero era un misterio que quedaba flotando en la mirada de los que la veían. Pero como alguna vez escuché, por más que uno siempre esconda algo, algún día saldrá a la luz. Y así fue.

Una tarde de invierno, mi hermano y un primo, (Súper mayores que yo) nos fuimos por el centro de la cuidad a ver no sé que, pero al llegar la noche, con dos cervezas en la mano y unos dos cigarros de por medio, ellos quisieron llevarme a ver a esas damas de taco alto y de esquina. Eran aproximadamente las once de la noche y la diversidad carnal en aquella calle, era extremadamente buena y nueva para mí. En eso, mi mirada llegó a una dama a quien con cierto orgullo decía que la conocía a la perfección y no supe que hacer, quise advertir a mi hermano, pero callé. Quise acercarme a ella pero desistí. En eso, su mirada coincidió con la mía y solo atiné a verla como devolviéndole la cortesía. Ella empezó a caminar para otro lado y disimuladamente se fue. Me quedé parado, pensando que por el lugar que estaba cobraría muy poco por lo que daba, y a su vez, observándola hacia donde huía de mí. Yo, sin ganas de incomodarla, ni delatarla, me comprometí a esconder fielmente su secreto. Creo que ella no entendió el mensaje de mis ojos, por que a partir de ese día, nunca mas la volví a ver por el barrio, nunca mas me la crucé en la calles, ni de noche ni de día; solo que siempre la recuerdo como la Magdalena que robaba mis sueños, mis ganas y mi inexperiencia. Y cada vez que paso por ese lugar por cualquier otra razón que no sea pedir un servicio de aquellas nobles damas. Miro y recuerdo aquella esquina de acuerdos de taco alto y aventureros promiscuos, preguntándole al silencio ¿Qué será de ella?


Jiguem